🚀 La rebelión de los músculos faciales
Cuando tus ojos dicen cosas que tu boca no quiere decir. Y viceversa.
Buenos días, catacrockers:
A menudo os digo que la intención de este boletín es ayudaros a comenzar el día con una sonrisa. Hoy lo vamos a intentar con estimulación eléctrica y algún que otro truco neurológico. Prometo que no dolerá. ¿Estáis preparados?
Pues venga, un café y al lío:
1. La sonrisa “interactiva”
Se ha escrito tanto sobre la sonrisa de la Gioconda, que reconozco que a estas alturas da un poco de vergüencilla hacerlo, pero me propongo intentar sorprenderos con algunos detalles que quizá no todos conozcáis y os interesen.
El asunto vuelve a mi cabeza a raíz de un artículo publicado hace unos días en The Conversation por José T. Boyano: ¿Por qué ‘La Gioconda’ del Louvre sonríe y la del Prado no? en el que se recuerda la explicación más aceptada sobre la extrañeza que nos produce todavía hoy la expresión de la Mona Lisa pintada por Leonardo da Vinci y que no consiguen sus copias. Básicamente se plantea así: cuando miramos solo a la boca, no apreciamos una sonrisa explícita, pero si miramos a la protagonista a los ojos, la expresión cobra otro significado.
Escribe Boyano:
La neurobióloga Margaret Livingstone notó que La Gioconda parece sonreír, sobre todo desde lejos. De cerca, mirándola a los ojos, aún sonríe. Sin embargo, al observar directamente la boca, no se encuentra la sonrisa. Los labios están contraídos, sin la curvatura típica de la alegría. ¿Dónde está escondida?
Para esta aparente contradicción se han buscado muchas explicaciones. Una de ellas, por ejemplo, es que la modelo que posó para Leonardo - Lisa Gherardini - acababa de dar a luz y sufría una parálisis facial muy frecuente después del parto, conocida como parálisis de Bell (Léase “Mona Lisa syndrome: solving the enigma of the Gioconda smile”, 1989). Os dejo aquí una captura de lo que aparece en Google cuando buscas “parálisis de Bell”:
No soy un especialista, pero viendo la forma en que se manifiesta esta parálisis diría que la hipótesis de que Leonardo trataba de reflejar este síndrome es un poco exagerada. Pero no es el único que ha creído encontrar en la Gioconda síntomas de alguna enfermedad. Os copio de la Wikipedia:
Por su parte, Julio Cruz Hermida, de la Universidad Complutense de Madrid, afirma que la modelo padecía bruxismo (rechinar de los dientes), alopecia (caída del cabello) y principios de la enfermedad de Parkinson.
¡Collons! ¡Pobre mujer! 🤦🏻♂️
Lo cierto es que Leonardo era un gran conocedor de la anatomía humana, y pasó muchas noches en la morgue del Hospital of Santa Maria Nuova, cerca de su estudio en Florencia, diseccionando cadáveres. Tal y como contaba Walter Isaacson en un maravilloso artículo de 2017 (The Science behind Mona Lisa’s smile), “Leonardo estaba especialmente interesado en cómo el cerebro y el sistema nervioso humanos traducen las emociones en movimientos del cuerpo”.
Hasta el punto de que analizó con extremo detalle los movimientos y conexiones de los nervios faciales y los músculos de los labios para conocer mejor cómo se producían las expresiones. Este es uno de sus muchos esquemas:
Si os fijáis en la parte superior, a la derecha, hay un pequeño apunte en el que, como señala Isaacson, “encontramos los ingredientes de la sonrisa de Mona Lisa”. Miradlo y comparadlo con más detalle:
Con estos datos, la hipótesis más aceptada hoy día es que Leonardo conocía tan bien el funcionamiento de los músculos faciales que pudo jugar magistralmente con estos elementos y su conocimiento del funcionamiento de la visión periférica para generar esa sensación extraña en el espectador del cuadro:
“Leonardo pudo crear una sonrisa interactiva, una que es esquiva si estamos demasiado concentrados en verla”.
En resumen, fue capaz de crear una especie de ilusión visual paralizando los músculos de la sonrisa de la Mona Lisa en contraste con la expresión en su mirada. Un extraño y bello monstruo pictórico.
2. La sonrisa “eléctrica”
Tres siglos después de la creación de la Mona Lisa, en 1862, el doctor Guillaume Duchenne se sirvió de las nuevas técnicas de electroestimulación y fotografía para ahondar en el asunto que había obsesionado a Leonardo. Duchenne también recorrió los hospitales, esta vez en busca de pacientes con parálisis facial a los que aplicar electrodos y ver qué sucedía.
Lo conté en un artículo de Fogonazos, allá por 2006:
El sujeto principal de sus investigaciones es un hombre de avanzada edad, al que en sus escritos se refiere simplemente como “el viejo”. En las fotografías, “el viejo” aparece rodeado de electrodos y protagonizando las más extrañas y distorsionadas muecas; el hecho de sufrir una falta de sensibilidad casi total en los músculos de la cara, le convierte en un sujeto ideal para las investigaciones de Duchenne. El doctor le somete a pequeñas descargas eléctricas y registra cada uno de los movimientos de su rostro.
A base de pegar calambrazos a sus pacientes, el médico francés documentó un fenómeno que hoy se conoce como “sonrisa de Duchenne” para diferenciar una sonrisa falsa de una verdadera: mientras que una sonrisa falsa sólo activa los músculos de la boca, en la sonrisa sincera (como la de Duchenne) se activan los músculos de alrededor de los ojos. Y no se puede evitar, incluso sin electricidad.
Conociendo estos trabajos de Duchenne, ¿podemos calificar la sonrisa de la Gioconda como una sonrisa “falsa” o anti-Duchenne? No soy nada original asociando estas dos ideas (Ver: La sonrisa de Duchenne y la de Mona Lisa, José Ramón Alonso), pero me encanta el hecho de que Leonardo experimentara con el rostro de la Mona Lisa sin necesidad de electrodos y que alterara su expresión a partir del conocimiento que había adquirido diseccionando músculos y buscando conexiones nerviosas. Y que tratara incluso de poner él mismo diferentes expresiones para entenderlas, como dejó por escrito. Muy posiblemente haciendo muecas delante de un espejo como un chiquillo.
3. La sonrisa “congelada”
Total, que os he traído hasta aquí para llegar a nuestra época y las expresiones artísticas herederas de toda esta investigación sobre los músculos faciales, la expresión y lo que genera en nosotros cuando se desconectan en el mundo real y no solo en un cuadro.
Hace unos años el artista y programador japonés Daito Manabe creó una serie de obras experimentales bajo el título Electric Stimulus to Face (Estímulos Eléctricos en la Cara) cuyo objetivo era conectar los músculos faciales con electrodos y sincronizarlos con la música. El resultado es inquietante e hipnótico:
El trabajo de Manabe conecta con el de Duchenne y Leonardo, no sé si conscientemente, y ahonda en esa relación entre lo que queremos expresar y los circuitos mediante los que los expresamos. En un artículo de 20 Minutos de 2013, decía esto:
Manabe quería intentar simular una sonrisa verdadera con electrodos, pero no funcionó: “Me di cuenta rápido de que es imposible construir un aparato que copie de modo sintético las expresiones humanas”.
Si lo pensáis, ¡Manabe quiso hacer una sonrisa de Duchenne! Y, según él, es imposible, aunque yo creo que seguramente ya estamos a punto de conseguirlo, si no lo hemos hecho ya. Y eso da mucho miedito, porque la electricidad que mueve cuerpos de carne y hueso nos remite a Frankenstein más que a la Gioconda.
Para mí, el aspecto más interesante de la obra de Manabe es precisamente ese miedo a la alienación, esa inquietud que genera ver rostros que se expresan de forma automatizada y robotizada, dirigidos por una fuerza ajena que ha tomado posesión de su voluntad. Porque una cosa es que tú sonrías con la boca a tu jefe y no con los ojos, y otra que alguien lo haga por ti.
Dedicadle unos segundos a experimentarlo, es muy potente:
El asunto de la expresión de las emociones humanas, que obsesionó también a Darwin, daría para mucho más, pero no tenemos espacio ni tiempo. Solo me gustaría dejaros una reflexión más, a raíz de un estudio recién publicado en el que se indica que la utilización continua y normalizada de mascarillas por la pandemia, podría estar afectando la forma en que interactuamos con los demás.
Escribe Sergio Parra en Xataka:
Este estudio sugiere, pues, que cuando los movimientos de la parte inferior de la cara se interrumpen u ocultan, esto puede ser problemático, en particular para las interacciones sociales positivas y la capacidad de compartir emociones.
Yo, sin embargo, no creo que haya motivos para preocuparse, pero la posibilidad dispara mi imaginación.
Se me ocurre que llevamos meses y meses viendo los ojos sonrientes de los demás al cruzarnos por la calle o en el trabajo, pero no sabemos qué están haciendo esos labios debajo de la tela. Tal vez vayan todos con un rictus serio, camuflados bajo esa mirada mentirosa que se arruga cuando nos cruzamos con alguien. Tal vez la pandemia nos ha convertido en “Mona Lisas” andantes y todos ocultemos un pequeño secreto debajo de las mascarillas que no queremos revelar.
O tal vez es todo esto es solo una idea loca que te ha hecho sonreír 😉
Hasta aquí el boletín de hoy. No olvidéis compartir con otros la existencia de esta newsletter, para que sigamos creciendo.
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Antonio Martínez Ron, periodista científico y escritor
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Muy interesnte. He sido fotógrafo por muchos años y me ha fascinado el retrato, precisamente por la minuciosida de movimientos del rostro. Vuando mi cliente ha pedido fotos en estado de seriedad, yo lo invito a "sonreír" con los ojos, y claro que hay una respuesta emocional sin curvar los labios. Un abrazzo. Ulises Franco.