🚀 Mirar por la mirilla
Hablemos de la magia de asomarse al otro lado de la realidad a través de un agujero.
Buenos días, catacrockers:
Hoy recupero la vieja costumbre de divagar un poco en vuestra compañía, sobre ideas que me rondan en la cabeza hace tiempo y que me parecen interesantes. Espero que a vosotros también.
¿Preparados? Pillad el café y vamos al lío 😉
1. Nunca tuve un microscopio
De pequeño nunca tuve un microscopio. Tampoco un telescopio. Éramos una familia humilde y mis padres no tenían conocimientos científicos. Pero en casa había un instrumento de observación óptica al que me gustaba asomarme de cuando en cuando subido a un taburete: la mirilla de la puerta de casa.
Aquel agujero deformaba la realidad y ofrecía un retrato convexo de los extraños que llamaban al timbre cuando me quedaba solo (¡qué pavor!) o una imagen fija del descansillo donde apenas veía las macetas de la vecina y alguna sombra que subía o bajaba fugazmente por las escaleras.
“Yo por mi parte miro por el agujero, pero alguien tapa el cristalito con el deo…”
Kiko Veneno, Los delincuentes
Recuerdo perfectamente aquella sensación de mirar por el agujero como si estuviera dentro de una cápsula submarina o una cámara oscura. Hubo una época de mi vida en que me asomaba de cuando en cuando a la mirilla, sin motivo aparente, y me quedaba un rato largo observando, con la esperanza de ser testigo de algún prodigio, atisbar algún fantasma o la primera señal de vida extraterrestre.
Nunca pasó nada, claro, pero de mayor descubrí que no estaba solo y que los seres humanos siempre hemos sentido ese magnetismo hacia los agujeros.
2. Miedo al agujero
Ahora sé que mirar el mundo a través de un orificio también ha sido importante para la ciencia. Al pensar en el tema me viene a la cabeza la famosa escena del descubrimiento de la tumba de Tutankamon en 1922. Se cuenta que Howard Carter y Lord Carnarvon trabajaban con un cincel en la zona de acceso cuando se abrió una «pequeña abertura en la esquina superior izquierda» . Carter miró por el agujero, Carnarvon le preguntó qué veía y este respondió con una frase que hoy es famosa:
''¡Veo cosas maravillosas!"
No creo que haya una definición mejor de la sensación que se debe experimentar al hacer un descubrimiento y asomarse a un mundo nuevo.
Es lo que debieron sentir Galileo y Kepler al mirar por el telescopio, o Van Leeuwenhoek y Robert Hooke al usar los primeros microscopios. Sin embargo, en mis lecturas sobre el asunto me encuentro una aparente contradicción: en ocasiones estos pioneros se encontraron con la resistencia de otros colegas a la invitación de asomarse a aquellos nuevos mundos.
En una carta a Kepler fechada en 1610, al poco de hacer sus primeras observaciones, Galileo le decía lo siguiente:
"¿Qué les decís a los principales filósofos, a quienes me he ofrecido mil veces por mi propia voluntad para mostrar mis estudios [...] y nunca han consentido en mirar planetas, ni luna, ni telescopio?”
Galileo se quejaba amargamente de aquellos académicos que, a pesar de tener ante sí la posibilidad de atisbar un nuevo mundo, se negaban porque podía contradecir las verdades establecidas en los libros.
En las memorias de Santiago Ramón y Cajal, Recuerdos de mi vida, me encuentro una afirmación parecida:
"¡Muchos, quizás la mayoría de los profesores de aquellos tiempos menospreciaban el microscopio, juzgándolo hasta perjudicial para el progreso de la Biología!"
¿A qué se deberá esta aparente contradicción entre el impulso natural a asomarse al agujero y la reticencia de académicos y profesores? No sé la respuesta, ni siquiera si es algo significativo, pero igual merece darle un par de vueltas. 🤔
3. Mirones de valla
Mientras pensaba en el acto de asomarse a través de un agujero me acordé del gran RAMÓN (Gómez de la Serna) y aquel artículo sobre los “mirones de vallas” incluido en su maravilloso Descubrimiento de Madrid. En el texto, De la Serna fija su atención en los “mirones que se agarran a las vallas de los solares y siempre encuentran algo que ver por los agujeros” que quedan en la madera.
Parecen — cuando son hombres solos los que miran — que han descubierto a una bañista perdida o a unos ladrones que se reparten el botín o a un ejemplar extraviado de dinosaurio.
RAMÓN juega con la idea de que todo es un engaño y estas personas en realidad no ven nada interesante, pero todos los demás terminan picando, incluido él mismo. Y todo porque la tentación es demasiado fuerte…
No quería perderme la visión de la bomba que no estalló, la lucha del perro y la rata, el nacimiento del robot, la salida de las sabandijas de un plato volador vacío, o vaya usted a saber la cosa extraordinaria y teratológica que podría ser.
Un poco como yo aquellos días pegado a la mirilla.
4. El agujero itinerante
Al final de aquel artículo sobre los mirones de vallas, Gómez de la Serna se acordaba de un espectáculo ambulante que rodó por la España de la época durante mucho tiempo “con el nombre de «Titirimundi o Mundo Nuevo», y en el que ese deseo de mirar por un agujero era satisfecho plenamente”.
Este espectáculo, que se llamaba en realidad “Tutilimundi” (del italiano tutti li mondi -todos los mundos), fue enormemente popular entre los siglos XVII y XIX y explotaba comercialmente ese impulso innato al ver un agujero y, sobre todo, cuando vemos que los demás están viendo algo que nosotros no vemos. El Diccionario de autoridades lo definía como un…
…«arca en forma de escaparate que traen a cuestas los saboyanos, la cual se abre en tres partes, y dentro se ven varias figurillas de madera, que se mueven alrededor mientras él canta una cancioncilla. Otros hay que se ven por un vidrio graduado que aumenta los objetos y van pasando varias perspectivas de palacios, jardines y otras cosas»
Francisco de Goya lo retrató en dos de sus dibujos, uno de ellos una aguatinta fechada hacia 1820 y titulada Ni bien ni mal: tutili mundi:
Dice la Wikipedia que Goya vio ejemplos de tutilimundi tanto en Madrid como en Burdeos, ya en los últimos años de su vida, y le debió parecer particularmente interesante y representativo de la naturaleza humana, porque lo retrató una segunda vez bajo el sugerente título de “Miran lo que no ven”.
En el arte, además de en la ciencia, lo de asomarse al agujero también ha sido una constante. La que está considerada como la primera “instalación” artística de la historia, realizada por el provocador Marcel Duchamp en 1966 después de veinte años de inactividad, se titula «Étant donnés» (o «La cascada») y consiste en una puerta con dos agujeros a los que el espectador debe asomarse. Esto es lo que se ve:
Más allá de la obsesión masculina por el desnudo de las mujeres (que también citaba Ramón al hablar de la tentación de ver “una bañista perdida”), y de la provocación constante de Duchamp, la obra es otro ejemplo de esa tentación irresistible de asomarse más allá, compartida en el arte, en la ciencia y en la vida en general. El día en que vea a alguien mirar por un agujero y no me intrigue lo que está mirando, será mala señal.
Y eso es todo por hoy. Os dejo esta mirilla para asomaros a lo que estoy escribiendo estas semanas en elDiario.es, por si os intriga. Nos seguimos leyendo 🙂
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Antonio Martínez Ron, periodista científico y escritor.
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Me pregunto qué aspecto tendrá la mirilla de la «Puerta de Tannhäuser».
Maravilloso texto, Antonio, me ha encantado el hilo conductor. ¿Sabes si hay un tutilimundi en el Museo del Romanticismo de Madrid? Creo recordar que me asomé a uno, pero a lo mejor me engaña la memoria...