Buenos días, catacrockers:
Aunque alguna semana no os envíe newsletter, eso no quiere decir que mi cabeza no ande enredada en las más diversas cuestiones (a menudo varias a la vez) y que mis pesquisas sobre estos asuntos no me lleven a lugares insospechados. Uno de estos temas se me cruzó casualmente en los últimos días a partir de un par de historias que implicaban la aparición de huellas dactilares de artistas impresas en sus obras. Y el asunto tiene mucha miga.
Si os apetece saber dónde me llevó la curiosidad, pillad un café y veníos conmigo ;)
1. Tocar el cielo con los dedos
Por un tuit de la National Gallery de Londres descubrí hace unos días que el cielo de la pintura “Un sátiro de luto por una ninfa” de Piero do Cosimo (1495) está pintado con decenas de huellas de dedos del propio artista. Una curiosa forma de extender la pintura que le da sin duda un toque personal:
Descubrir las huellas del propio pintor sobre su obra nos produce una sensación de mayor cercanía con la persona y el momento en que realizó la obra. La técnica por la que el artista empleaba sus propios dedos para darle una textura diferente a la pintura no es infrecuente en muchos cuadros a partir del Renacimiento.
Dos de los casos más conocidos es el del cuadro “Ecce Homo” que se conserva en el Museo del Prado, en el que Tiziano empleó los dedos para pintar el torso de la figura de Cristo, y el “Autorretrato” de Durero en el que este dejó impresas sus huellas dactilares para evitar falsificaciones. Contaba Javier Ors en el artículo “Las huellas del Prado”, en La Razón, que Durero…
… dejó una impresión dactilar de uno de sus dedos y parte de una de sus palmas en una parte nada casual del óleo: las manos, como si él mismo fuera consciente de que los surcos de la piel identificaran a un hombre y, por tanto, casi equivalieran a su firma.
En otras ocasiones, sin embargo, la marca queda por accidente.
El propio Museo del Prado compartía esta misma semana en redes un vídeo en el que una de sus conservadoras mostraba una huella del pintor Hans Baldung Grien en su famoso cuadro “Las edades y la muerte”
En este caso, nos cuenta la restauradora María Antonia López de Asiaín, “no es una huella para mover la pintura, sino casi un error de manipulación casual cuando la pintura aún estaba fresca”. Aquí lo puedes ver con un poco más de detalle:
Teniendo en cuenta lo habitual que era que los pintores o sus ayudantes movieran los cuadros de un lugar a otro cuando la pintura aún no se había secado, es lógico que se encuentren decenas de huellas en las grandes obras de los museos, la pregunta que nos asalta inmediatamente es la siguiente:
¿Se podrían usar las huellas dactilares para certificar la autoría de alguna obra concreta?
2. Las huellas de Da Vinci y Rembrandt
Antes de dar respuesta a la cuestión forense, os traigo dos de los ejemplos mejor documentados de huellas de grandes artistas halladas impresas en sus obras. La primera de todas es una huella perfectamente marcada en uno de los dibujos de Leonardo que se conservan en la Royal Collection de Reino Unido.
La huella del pulgar izquierdo en “El sistema cardiovascular y los órganos principales de una mujer” , pintado por Da Vinci alrededor de 1510, fue hallada por Alan Donnithorne, el antiguo conservador de papel de la colección, quien cree que presumiblemente Leonardo "tomó la hoja con los dedos manchados de tinta". A su juicio, se trata también del “candidato más convincente para una huella dactilar auténtica de Leonardo” entre las 550 o más obras del artista que tiene la Reina.
En el año 2018, la casa de Subastas Sotheby’s sacó a la venta esta obra atribuida a Rembrandt (Estudio de la cabeza de un hombre joven, de 1650) en cuya parte inferior aparecen dos huellas de dedos que se cree que dejó el artista al realizar este esbozo rápido.
En este caso no hay una seguridad al 100% de que pertenecieran a él, pero ¿cuándo la hay? 🤔
3. El forense y la princesa
A poco que uno investigue un poco sobre el asunto de las huellas en las obras de arte y su uso para identificar su autenticidad se encontrará con un interesante personaje: Peter Paul Biro. Este investigador, afincado en Montreal, se ha convertido en una auténtica celebridad por el uso de las más modernas técnicas forenses para identificar huellas en obras de arte y certificar la autoría de las mismas.
Su trabajo ha sido protagonista de centenares de artículos y reportajes en prensa, tras atribuirse la identificación de obras de artistas de tanto renombre como William Turner gracias a la minuciosa comparación de las huellas que aparecen en los cuadros. Es posible que alguno lo recordéis por su aparición estelar en el documental “Who the $&% Is Jackson Pollock?”, como el perito experto que identifica una huella en la parte de atrás del cuadro del artista estadounidense, o de un asunto más reciente: la aparición de un dibujo de Da Vinci del que nadie había tenido noticia durante 500 años: La Bella Principessa.
El análisis de Buro de esta obra fue determinante para generar expectación y aumentar su precio. Dice Wikipedia:
Las imágenes de alta resolución fueron utilizadas por Peter Paul Biro, un examinador de arte forense que estudió una huella dactilar en la vitela que, según dijo, era "altamente comparable" a una huella dactilar en el San Jerónimo inacabado de Leonardo en el desierto.
Sobre la autenticidad de la obra hay una fuerte discusión abierta entre los expertos, pero lo que ha sido puesto en tela de juicio ha sido la figura del propio Biro tras un demoledor reportaje publicado en 2010 en la revista The New Yorker por el periodista David Grann. En el artículo, titulado “The marks of a masterpiece”, Grann hace un meticuloso examen de la biografía de Biro, plagada de denuncias por intentos de estafa y extraños movimientos en el mercado del arte.
Sobre la identificación del cuadro de Pollock, Grann reúne los testimonios de varios expertos que aseguran que el cuadro “apesta a falsificación” y que la similitud entre las huellas encontradas en diversos lugares apunta claramente a la fabricación de un molde con el que las habría colocado convenientemente. Como el artículo es muy extenso, os dejo aquí el vídeo resumen que en su momento sacó la revista:
¿Es Biro un mentiroso que se la ha colado a todos durante décadas y se la sigue colando? El asunto es fascinante y sigue abierto. El restaurador denunció a la revista New Yorker y a Grann por difamación, pero un juez desestimó el caso. Sin embargo, no está todo dicho porque tras la republicación del tema en 2018 el aludido presentó una nueva demanda que está pendiente de resolución.
Sobre la autenticidad de La Bella Principessa hay otro culebrón abierto, con opiniones dispares, pero recientemente sucedió algo que llama mucho la atención. En su autobiografía publicada en 2015, uno de los mayores falsificadores de arte de la historia reciente, Shaun Greenhalgh, afirmó que el supuesto cuadro de Da Vinci en realidad lo había pintado él.
En su libro, Greenhalgh asegura que La Bella Principessa, que algunos estudiosos identificaban con la hija ilegítima del Duque de Milán durante su boda en 1496, es en realidad Sally, la chica que le atendía en una tienda de la cadena de supermercados Co-op de la localidad británica en la que creció, Bolton. 🤯 🤯 🤯
Ya se trate de una princesa o una cajera, ¿a que ahora os han dado aún más ganas de seguir investigando este rastro de estas y otras huellas? 😉
Y hasta aquí mi pequeña chapa sobre arte y ciencia de hoy. Recordad que pase lo que pase no hay que dejar nunca de hacer y pensar cosas bonitas. Compartid esta entrada en redes sociales si os apetece, para que seamos más. Gracias por seguirme 😊
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Antonio Martínez Ron, periodista científico y escritor
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