🚀 En busca de los colores perdidos
¿De qué color es el pasado? Nuestra visión de la historia pasa siempre a través de un montón de filtros, no solo culturales.
Buenos días, catacrockers:
Espero que ya estéis delante del café. Hoy las chiribitas vienen en dos versiones: blanco y negro y en color. ¡Elige la tuya! ☕️
1. Sacando los colores a Klimt
Entre 1894 y 1900, Gustav Klimt completó una serie de pinturas alegóricas para el Aula Magna de la Universidad de Viena en las que representaba sus cuatro facultades. Las pinturas no fueron muy bien recibidas y tras un largo periplo fueron robadas por los nazis y finalmente destruidas en un incendio durante la II Guerra Mundial.
Solo quedaron de ellas las fotografías. Todas eran en blanco y negro.
Ahora, gracias a un proyecto del Leopold Museum de Viena y el equipo del Google Arts & Culture Lab, un programa de Inteligencia Artificial ha recoloreado las pinturas de Klimt mediante un algoritmo basado en el aprendizaje automático y nos ha ofrecido una idea de cómo pudieron ser los originales. Podéis verlo en el siguiente vídeo:
Por primera vez, después de tantas décadas, la tecnología nos permite asomarnos a cómo pudieron ser los colores originales de aquellas pinturas que se habían perdido para la historia. La iniciativa es espectacular, pero ¿cómo de seguros estamos de que aquel era el aspecto original de los cuadros? ¿Cómo de buenos somos recuperando los colores desaparecidos del pasado?
2. Un debate sobre la realidad
En los últimos años, los avances en Inteligencia Artificial han permitido restaurar algunos de los documentos audiovisuales más antiguos del pasado. Con estas nuevas técnicas, en las que a menudo se emplean redes neuronales, se han recuperado algunas de las primeras películas de cine y se han podido ver detalles que el tiempo transcurrido desde la filmación había enterrado.
Esta fiebre también se ha vivido en el coloreado automático de fotografías y películas en blanco y negro. El ejemplo más famoso es quizá el documental dirigido por Peter Jackson, “They Shall Not Grow Old”, en el que estabilizó y coloreó decenas de filmaciones de la Primera Guerra Mundial, con un resultado alucinante:
El empleo de estas técnicas de coloreado ha suscitado un debate entre los expertos sobre las limitaciones de la propia tecnología: la IA es capaz de aprender de otras fotos y reconstruir con fidelidad el color del cielo o de la tierra, pero es incapaz de momento de reproducir los colores de banderas o uniformes, cuya importancia es vital en algunos documentos históricos.
Por motivos parecidos, a pesar del enorme esfuerzo técnico y la buena voluntad, el documental de Jackson ha recibido críticas entre algunos historiadores y conservadores que creen que se pueden estar alterando los hechos históricos al tomarse la licencia de cambiar algunos detalles.
En un reciente debate sobre el tema, el experto en historia y restauración digital David Walsh señalaba algunos puntos del documental de Jackson como el siguiente, donde no solo se ha hecho desaparecer un pájaro, sino que el paisaje de fondo (los árboles y el camino) han sido alterados en favor de la estética (Ver Is restoring and colorizing old films with Artificial Intelligence acceptable to historians? - YouTube)
Para Walsh, este detalle pone de manifiesto que la intención de este tipo de proyectos no es ajustarse al material original, sino construir un nuevo producto audiovisual con sus propias reglas.
En realidad se trata de crear algo que está ficcionado, que no está necesariamente relacionado directamente con el original en algunos aspectos.
¿Puede cambiar la tecnología la manera en que nos asomamos a la historia? La respuesta es sí, por puesto. De hecho, eso es exactamente lo que ha sucedido hasta ahora.
Pero para entenderlo mejor, volvamos a hablar de colores.
3. ¿De qué color era el pasado?
Cada vez que pensamos en las estatuas de la antigua Grecia o en el interior de las antiguas catedrales, nuestro imaginario nos remite a un mundo monocolor que en realidad es una ficción histórica, pues estamos empezando a descubrir que todas aquellas obras estaban pintadas con los más variados colores. Nos sucede lo mismo con los dinosaurios, que imaginamos en colores pardos y apagados y ahora sabemos que algunos de ellos lucieron los más bellos plumajes y colores.
Todo esto se debe a que hemos reconstruido el pasado en función de cómo ha llegado hasta nosotros (lavado por el paso de los años hasta convertirse en monocromático) o de las herramientas que tenemos para estudiarlo. Por eso, cuando cambiamos esa imagen, se produce un profundo extrañamiento.
En el caso de las imágenes de la I Guerra Mundial, el hecho de ver imágenes en color y tan naturales de un evento que en nuestro imaginario siempre sucedía en blanco y negro, en vez de parecernos realista, produce un efecto de irrealidad. Como dice Jason Kottke:
Cuando se descubren fotos en color de un evento o época establecida firmemente en nuestra historia en blanco y negro, el efecto puede ser discordante. El color agrega profundidad, presencia y modernidad a la fotografía; nos resulta más fácil identificarnos con las personas de las imágenes e imaginarnos a nosotros mismos en su entorno.
Es un poco lo que ha sucedido con la reciente restauración del Pórtico de la Gloria, que recupera los colores que en su día lucieron los santos.
Para algunos, el choque con su idea del pasado es tan fuerte que no lo pueden soportar. Escribía Antonio Costa en enero de este año:
Pero lo más deprimente es mirar esas caras pintarrajeadas, esas figuras que parecen trazadas en plan agresivo por ordenador, esa charlatanería insolente de los colores. La suave elegancia sugestiva que tenía el Pórtico después de los siglos ha quedado en este sensacionalismo, en esa cursilería insultante, en esta estética de los prostíbulos baratos.
Aparte del exabrupto (dios, qué cabreo tiene Antonio), esto nos lleva a una cuestión que me interesa mucho: ¿qué es más fiel a la realidad? ¿El pórtico incoloro como se mantuvo durante siglos o esta recreación de cómo pudo lucir en su momento? La fachada de la catedral de Santiago, me comenta mi amigo Javi Álvarez, también fue objeto de una limpieza a fondo que eliminó la negrura y el verdín que habían dejado siglos de lluvia. ¿No se está alterando así su propia esencia? ¿Cuál era su color verdadero?
Pongamos un caso práctico: ¿con cuál de estas dos estatuas de Augusto te quedas?
4. El caso de los tatuajes desaparecidos
Todo esto me ha traído a la mente un proyecto reciente en el que el proceso se ha producido a la inversa: en este caso la técnica no recupera los colores del pasado, sino que los hace desaparecer.
En 2018, el fotógrafo Michael Bradley se dio cuenta de que en algunas fotografías del siglo XIX los tatuajes de la cultura maorí no se veían bien o desaparecían. Y montó un proyecto llamado Puaki alrededor de esta idea. Escribía en su web:
El problema es que, cuando las fotografías de tā moko se tomaron originalmente en la década de 1850, los tatuajes apenas aparecían. El método fotográfico de placa húmeda utilizado por los colonos europeos sirvió para borrar este marcador cultural y, a medida que pasaban los años, esto también se demostró en la vida real. El antiguo arte del tā moko fue cada vez más suprimido a medida que los maoríes fueron asimilados al mundo colonial.
Para hacer más evidente esta idea, Bradley reclutó a varias personas de la cultura maorí y retrató sus rostros tatuados con una cámara digital y con la técnica de colodión húmedo, para hacer más evidente este fenómeno de desaparición de una cultura.
Al margen de si en realidad desaparecieron los tatuajes maorís de las fotos antiguas (hay multitud de ejemplo de que no es así), el proyecto de Bradley es un fantástico recordatorio de que los filtros culturales y tecnológicos pueden cambiar nuestra visión de la realidad y sus colores. Y, por supuesto, la imagen que tenemos del pasado ;)
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Antonio Martínez Ron, periodista científico y escritor
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